LA HOJA EN BLANCO

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Al nacer somos una hoja en blanco. Siendo aún niños nos volvemos sabios, después la escuela y nuestros padres nos educan para olvidar y enmascarar esa sabiduría.

Camino de regreso en la vida intentamos recuperar aquella antigua sapiencia, pero solo están los viejos recuerdos y la imaginación. Con ese mínimo contenido, las palabras serán el poder de expresión, aún invisibles en la hoja en blanco.

Hay que animarlas a que broten como plantas, como hijos. Que se agrupen, que se ordenen, que obedezcan al ritmo de quien las va sacando a luz, que comiencen a decir y cobren vida.

Darle un sentido al hoy, al ahora. Animarse con el futuro.

Que arranquen risas, lágrimas pergeñen ideas, comuniquen amor, o con el peligro de ser filosa como una daga y puedan herir hasta matar o hacer que otro mate tras de un ideal convincente.

Palabras que brotan de una hoja en blanco. Gotas de sudor y lágrimas de impotencia, absortas de miedo e indecisión, que aún en bruto mojan la hoja en blanco y quedan enredadas entre las fibras del papel.

Hasta que los signos de expresión visual afloran como un diamante, que espera ser encontrado y poseído o como la mujer amada que aún le falta la prosa poética para conquistarla.

                     Héctor Edgardo Scaglione