Destinos cruzados

Destinos

 

Sale de la consulta con el resultado de los estudios médicos que acaban de darle, y se siente cortado al medio. Tantos proyectos en familia junto a sus hijos, quedarán ahora frustrados. Sin saber qué hacer ni donde ir se demora en llegar al estacionamiento.

Como escritor amateur, justo a él le pasa lo mismo que a uno de sus personajes, tiene cáncer y va a morir en poco tiempo. Sube al auto sin saber hacia donde ir. Sumido en sus pensamiento maneja mecánicamente, cuando lo sorprende un fuerte impacto sobre capot y parabrisas. Clava los frenos. Sobre el cristal astillado hay salpicaduras de sangre que le impiden en parte la visión. Sin bajar del vehículo ve que atropelló a alguien y ese alguien permanece sobre el asfalto muy quieto, desparramado como una marioneta desarticulada.

De niño fantaseó con ser astronauta. Pero, al terminar la secundaria comprende que no será posible cumplir semejante sueño. A pesar de todo, en su afán era volar lo hizo sin salir del ámbito de la tierra. Llegó a piloto comercial, profesión que ama, colma sus expectativas, y vive muy bien de ello. Ahora, ante la realidad que lo golpea, no puede demostrar esa seguridad que suele esgrimir ante tripulantes y pasajeros. Un abismo brutal se abre bajo sus pies, siente miedo.

Con 54 años que no representa, de estatura mediana, cabello entrecano, sonrisa seductora, amigo de sus amigos. Buen carácter, natural y campechano, aunque hay algo en él que no trasluce en sus charlas, salvo con los íntimos.

Está casado con Marta desde hace 25 años y al decir de sus amigos es el matrimonio perfecto. Si tiene defectos no se los conoce o los disimula. Es generoso y buena persona, no guarda rencores a pesar de ser un apasionado discutidor. Tal vez por su trabajo, tuvo entreveros amorosos, Marta, de haberse enterado nunca lo llegó a confesar ni a recriminarle nada. Es agnóstico a pesar que en momentos de peligro suele encomendarse a Dios. Por naturaleza promueve su propia anarquía de negar toda autoridad, pero es solo una utopía que guarda muy adentro. Es respetuoso de las leyes pero no desea tener que dar explicaciones a nadie.

Sin salir del estupor, queda muy quieto en el interior del coche, su refugio. hasta que se encargan de traerlo a la realidad:

Señor, estacione y acompáñenos a la comisaría —le dijo con determinación, un oficial de policía.

Juro que no lo vi.

De acuerdo, no podría haberlo visto porque se arrojó desde el puente —le contesta lacónico.

Saber ese detalle no le hizo sentir alivio ni alegría, pero sí un poco de envidia no haber sido él quién logró hacerle un clic a la vida. Poder pasar al olvido de una vez y para siempre hubiese sido maravilloso. Cuando al percibir una fuerte vibración sobre la tetilla izquierda cree que le esta sobreviniendo un infarto, se alegra que por fin se adelanten los tiempos, pero no, es el celular en modo vibración que suena en el bolsillo de la camisa. Antes de reaccionar y atenderlo escucha casi toda una sonata de Mozart:

Lo llamamos del sanatorio señor Sánchez.

Si, lo escucho. —¿Podría venir ahora? Es urgente le debemos algunas explicaciones.

No, no puedo ¿de qué se trata?

Lo lamentamos pero ha habido un error en los análisis. Advirtiendo el tono compungido de quien habla.

¿Quiere decir que no tengo cáncer?

Exacto.

Cortó la comunicación, no supo si gritar de contento o enojarse por la falta de profesionalidad de los responsables. Comienza a reír primero entre dientes, después rompe en una estruendosa carcajada. En la comisaría piensan que se está volviendo loco.

Deben ser los nervios —dice un oficial.

Disculpen. Me acordé de algo muy gracioso —mintió Sánchez.

Ahh menos mal —dicen a coro, y parecen quedar aliviados.

Puede retirarse Sr. Sánchez, el accidentado va a vivir, solo se rompió una pierna.

Queda como tildado, y cuando, ante la falta de reacción, el oficial, con el ceño fruncido mira al hasta recién imputado de homicidio culposo que, por lógica debería saltar de júbilo, no lo hace. Sánchez le contesta:

Yo también voy a vivir comisario, gracias.               

                          Héctor Edgardo Scaglione

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