VIVIR

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Hay hechos que matizan el transcurrir de la vida.
Cuando los recuerdos son maleables como dúctil metal, tienen identidad propia, cuando no, se los adaptan, se transforman con veracidad y honestidad para convertirse, cuando se los expresa, en enseñanza. para uno y para el grupo social en que se desenvuelve, y para la posteridad en las figuras de los hijos, nietos o quien tenga curiosidad por conocer experiencias vividas por otros de un pasado reciente o no tanto.
Todos, sin distinción, tenemos cosas para contar de nuestras vidas. Todo es importante; rememorando al Martín Fierro: “Hasta el cabello más delgado deja su sombra en la tierra”.
Al pasar por este mundo dejamos algo, que al tiempo, cuando ya no estamos, la memoria colectiva se encarga de recopilar lo que fuimos y lo que pudimos transmitir a la posteridad, aunque al discurrir del tiempo seamos solo un recuerdo y más tarde nada, se irán borrando huellas y otras quedarán, se repetirán por imitación y muchas serán mejoradas por quienes continúan.
La necesidad de trascender es impulso de la condición humana, que la mueve a superarse, ser mejores. Se sueña con tener un hijo para ser superado por él, ir más allá, luego los hijos de los hijos en una fuerza vital para mantener la marcha y mejorar el grupo en que se vive.
Cumplir con el axioma; “tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro” .Ser pragmático, positivista por lo tanto, resistirse a pensar de otra manera que no sea aplicando la razón y la experiencia, pero a la vez dejando abiertas las puertas a las ideas y a la esperanza del cambio, a todo lo nuevo. Jamás pregonar ni ajustarse al pensamiento único.
Cada viejo que muere sin transmitir historia y experiencia, es como un libro no leído y que se tira a la basura o peor, que se quema.
Aunque es deseable vivir muchos años debemos contribuir humildemente aportando ideas propias. Transmitirlas luego junto a experiencias vividas, con la intención que modifiquen y moldeen la personalidad de quienes las acepten.
Ser como un libro en el rincón de alguna biblioteca, para que junte polvo y telarañas, hasta que alguien estire su mano para alcanzarlo. Le quite el polvo de un soplido y al abrirlo, mientras los ojos recorren las páginas amarillas renacerá la magia  en la memoria.
                                                 Héctor Edgardo Scaglione
 
 

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