RUMBO A POLONIA

SARANDÍ

A finales de agosto de 1976 desde Brest – Francia, con el «Sarandí» de bandera Argentina ponemos rumbo a Polonia con destino al puerto de Szczecin.

Atravesamos la península de Jutlándia por el canal de Kiel que la corta y separa el Mar del Norte del Báltico, con una longitud de 100 kilómetros provisto de semáforos, y altavoces en sus tramos más angostos y esclusas en la boca oriental para compensar la diferencia de nivel, por efectos de la rotación de la tierra.

Tomamos práctico para surcarlo, a través de campos sembrados en ambos márgenes, con molinos de viento de estilo holandés y poblados diminutos muy cercanos entre sí. Desde el buque rotando la vista a ambos márgenes del canal, parecía como si anduviéramos en un todo terreno por el campo. Hacia el norte, la frontera con Dinamarca. Al llegar a la esclusa que daba al Báltico, se cerraban las compuertas, con el buque inmovilizado hasta completar el llenado. Cuando aún estaban las dos compuertas cerradas, el práctico sorpresivamente pidió máquinas avante ante el pánico de todos, que no entendíamos el porqué de esta maniobra. El buque tomó arrancada y embistió la compuerta, produciéndolo una comba peligrosa hacia afuera, Stewart, de un salto empuja al práctico hasta hacerlo caer, y lo releva de inmediato expulsándolo del puente de mando. Se inmovilizó nuevamente al buque alejándolo de las compuertas, respetando las marcas e indicaciones, inmediatamente las autoridades marítimas pidieron colocar una planchada para acceder al buque con guardias armados. Apresaron al piloto que estaba excedido de copas, por los brazos y con de patitas al aire lo sacaron carpiendo a tierra. Podía haber provocado un desastre y el cierre del canal por bastante tiempo, estoy seguro que este hombre nunca más volvió a sus tareas de práctico además de la multa abultada que debió haber pagado.

Con nuevo práctico a bordo completamos la salida del canal hasta la ciudad de Kiel que está al final, repostamos fuel-oil y ahora sí, nos dirigimos a Polonia con las bodegas vacías a cargar carbón con destino a los altos hornos de la siderúrgica “SOMISA” en San Nicolás.

Pasamos entre islas suecas, alemanas y danesas hasta la desembocadura del río Oder que marca la frontera de los dos países. A 50 kilómetros de navegación fluvial se encuentra la ciudad y puerto de Szczecin, muy pintoresco y pegado a la ciudad como la mayoría de los puertos europeos. Con pleno imperio del régimen comunista soviético, tan estricto como corrupto y altamente burocrático, para desembarcar nos daban un pase que debía sellarse en varias estaciones de control, con un límite de horas de permanencia en tierra, que nadie debía exceder.

Los dólares que se llevaban encima debían cambiarse en el banco, no hacerlo en el mercado negro; pero éste existía a la vista de todo el mundo, con una diferencia tentadora de cambio diez a uno con respecto al oficial, los cambistas en la calle daban 30 zloty por dólar y en el banco 3, así que todo el mundo cambiaba afuera sin peligro y no pasaba nada, los cambistas pregonaban sus ofertas y la policía se paseaba delante del que compraba y el que vendía. Al salir del buque y pasar por uno de los controles te revisaban totalmente y a conciencia, anotaban los dólares que se bajaban a tierra y daban dos opciones o no se traía el dinero de regreso al buque, o en caso de comparar algo, había que hacerlo con un certificado del banco. Así como en este punto eran permeables, en otros no lo eran, no había permiso para usar cámaras fotográficas, no se podía abandonar la ciudad ni siquiera en plan de paseo había que cumplir a rajatablas el horario de regreso al buque so pena de ser castigado, como por ejemplo; condenar con plantón al reo y con un guardia armado, que lo controlaba, sin poder moverse por varias horas, además de prohibir la próxima bajada a tierra. La gente hablaba en voz baja y miraban en derredor por si algún otro escuchaba. La oligarquía partidaria y algunos elegidos comían de lo mejor y tenían acceso al confort, los proletarios paradójicamente en su paraíso, comían unos guisotes a base de cerdo, de un aspecto y olor nauseabundos, por lo demás la ciudad era hermosa y nosotros por el cambio de las divisas que nos favorecen hacíamos desastres, como ser concurrir a los restaurantes más caros, donde el politburó de la ciudad era habitué y nosotros por muy pocos dólares gustamos del menú internacional regado con el mejor vino importado, los comunistas integrantes del partido eran los únicos que podían comer ahí, ellos nos mandaban miradas asesinas reprochado el hecho de que unos pobres proletarios tripulantes de buques, aunque fueran oficiales, se sentaran a sus mismas mesas y con dinero fuerte que hacía que fuéramos aceptados a pesar de no estar correctamente vestidos. Los mozos se deshacían en atenciones esperando las propinas que generosamente dejábamos.

Hubo muchos casos tristes de tripulantes que se enamoraron y se casaron con polacas, éstas con la esperanza de dejar el país, pero ni uno ni otro lo pudo hacer y la “prisión” pasó a ser por partida doble. En otros casos, hombres o mujeres escaparon como polizones, a éstos les fue mejor, pero con el lógico desgarramiento de dejar sus afectos y familias para siempre. La carga de carbón a bordo se hacía de una forma novedosa, los vagones del ferrocarril cargados, se deslizaban por un plano inclinado y al llegar al final del trayecto, en una curva en las vías de 180 grados hacia arriba, el vagón que venía con arrancada se inclina por efecto de la inercia colocándose en forma invertida descargaba directamente el carbón sobre una cinta transportadora del ancho del vagón que iba directo a las bodegas de barco, no solo era novedoso sino divertido de ver, por el ruido que hacía y la velocidad que adquiere el vehículo cuando se desliza como por un tobogán por las vías hacia abajo y al final suelta la carga.

Con media bodega completa, zarpamos al puerto de Swinoujscie, además de terminal carbonera, era lugar de turismo utilizado por los habitantes de los países comunistas en especial los de Alemania del Este por estar pegados a su frontera. Lugar muy bonito con costas escarpadas y balnearios sobre el Báltico, que a pesar de lo riguroso del clima en invierno, en verano crecen las marcas térmicas y los gringos aunque muertos de frío disfrutaban de ese raquítico sol, pasear y comprar chocolates y algunos recuerdos a base del ámbar, se podían encontrar vestigios sobre las playas de toda la zona costera del Báltico. 

Los polacos gentiles y sencillos en su mayoría, el régimen les había quitado lo que ellos más amaban, la religión católica, eran devotos creyentes y de misa diaria, pero el comunismo imperante se los hacía difícil, el control de las iglesias era férreo y los curas eran perseguidos, presos, deportados o directamente ejecutados.

Algo notable era la cantidad de alcohólicos, principalmente hombres, razón por la cual las mujeres realizan sus tareas, conducir tranvías, camiones y transporte en general. En un astillero en Gdansk, la gran mayoría de los obreros eran mujeres, se veía desde lejos con ropas de trabajo todos roñosos y con el casco puesto, parecían hombres petisos y culones, pero al sacarse el casco una de ellas, soltando el largo y rubio cabello de mujer con sus finas facciones tras la mugre, se disiparon las dudas. Pueblo esforzado y sufrido, con su larga historia de grandezas, pero sojuzgado por la potencia del Soviet Supremo, sin libertades, con sus sueños rotos, tierra de poetas y artistas todos silenciados bajo pena de tortura, deportados o encarcelados, íntimamente todo el pueblo era luchador por la libertad, aunque muchos se cansaban y de ahí la causa del volcarse a la bebida, paradójicamente esta endemia no era combatida por el régimen, total un borracho es un opositor menos y siempre están las mujeres que para trabajar son más prácticas, se adaptan mejor a la dureza impuesta, y tienen la capacidad de sobreponerse más rápido y sacar mayores ventajas de las desventajas, son las protectoras de la vida.

Las cartas debían cruzar la llamada cortina de hierro durante la guerra fría, eran censuradas por la policía secreta, abiertas y leídas, luego pegadas con cinta scotch, tanto las que llegan como las que enviamos. La censura era absoluta por parte del régimen. Pero lo esencial era recibirlas, saber de nuestros seres queridos leerlas, releerlas y cada vez encontrar matices nuevos a las palabras, María con su panza en crecimiento, a la dulce espera de nuestra posible hijita Ana Paula, Matías con sus primeras palabras que voy adivinando a través de las cartas recibidas, que me transmiten toda su ternura, nunca como entonces me dolía tanto estar lejos de ellos, pero debía seguir luchando, bregar en lo mío, la necesidad urgía y no tenía tiempo de andar cambiando  por otro empleo. María tenía la gran tarea de criar a los hijos lejos del padre y esperarme, alianza firmada con sangre. La vida nos compensa sobradamente como lo hace siempre con la gente que lucha y tiene objetivos claros. Este era nuestro último puerto, concluida la carga, zarpamos rumbo a casa, a unos 19 días de remontar los lejanos 14.000 kilómetros que nos separaban. Surcar el Atlántico de punta a punta, con la monotonía del día a día, cielo y agua, salvo el sol que quema al pasar por los trópicos, y en un punto del meridiano cero al mediodía en que no se proyectaba ninguna sombra por ser el punto de la tierra más cercano a él. Algunos pájaros que llegaban del continente o desde alguna isla, Madeira, Canarias o Cabo Verde, cansados de volar recalaban en el buque, en algún punto de nuestra ruta, cruzan el océano a bordo, en grata compañía. Les damos de comer y agua dulce, luego nos dejaban al vislumbrar tierra en la lejanía. Desde el archipiélago Fernando de Noronha al norte de Brasil, en uno de los viajes había llegado un halcón, que se iba comiendo a los otros pajaritos, que atrapaba en vuelo, lanzándose desde la arboladura del palo mayor en planeo o en picada certera y letal, desde el punto más alto, era un espectáculo feo;  así que empezamos a alimentar con carne cruda al halcón también, y cada vez que veía un tripulante en cubierta, se le venía al humo planeando sobre su cabeza buscando comida, hasta que un día las aves vislumbraron a la distancia el archipiélago brasilero y nos dejaron todas a la vez, como si hubiesen recibido una orden de desalojo, quedamos tristes por nuestros amigos alados que nos dejaron. Sucedía a la inversa cuando navegamos con rumbo norte, se intercambiaban aves de Sudamérica a África o Europa, los ornitólogos deben de tener claro este fenómeno de migración tan particular.

Durante el cruce del atlántico en el hemisferio boreal, se escuchaban unas extrañas explosiones en una sucesión de a dos, y dos veces por semana, cuando las escuché por primera vez estaba de guardia en máquinas, alarmado por semejante ruido, salí a recorrer para enterarme que sucedía, era como un ─¡Bang-bang!─ sucesivo y cercano, al no encontrar nada anormal, preguntaba a la gente de cubierta si también lo habían escuchado, y uno de los tripulantes me hizo mirar al cielo, la figura diminuta por la gran altura de un avión de pasajeros, el anglo-francés ”Concorde” que por el efecto ”doppler” y llevar velocidad superior a la de la del sonido, hacía que se escuchara la detonación sónica en diferentes puntos de la superficie de la tierra donde pasaba. Las travesías en su obvia monotonía hacían que cada uno se enganchara en diferentes actividades, correr en cubierta, tomar sol o concurrir a la “pelopincho” gigante, que la gente rara vez usaba, salvo cuando en uno de los viajes embarcó una enfermera de origen danés, dueña de un cuerpo escultural, que les hacía la croqueta a más de uno; pidió que la habilitaran y se convirtió en una asidua concurrente, la marinería, en vez de descansar o mirar películas se hacía presente en pleno para hacerle compañía, cebarle mates y tirarse lances, la mina canchera les sonreía a todos pero no le daba bola a nadie. La pileta rebalsaba de gente, los oficiales circunspectos observábamos desde el puente de mando con los prismáticos, ─¡Mirones!─ Un oficial haciendo migas con alguien que, aunque sea mujer pertenece al personal subalterno, además de no ser bien visto, daba lugar a habladurías, y los chismorreos siempre llegaban a tierra, generalmente desvirtuados y agrandados, cada barco según usos y costumbres, tenía su alcahuete que le pasaba información al armador y de última también se enteraban las familias. Todos los chismorreos, principalmente los de este tipo solían ser venenosos por las desavenencias familiares que provocaba. En estos últimos años la mujer se está haciendo presente en los barcos, no solo en enfermería sino como oficiales de cubierta y máquinas, las escuelas y academias navales de todo el mundo las están formando. Considerando que éste siempre fue un oficio exclusivo de hombres, su presencia en los barcos no ha dejado de ser inquietante, por diferencia cultural, cuando la mujer embarca  como oficial, es bien aceptada por sus pares hombres, no así cuando va como personal subalterno, donde el acoso por sus pares sumado al menor espacio y comodidades donde habita, es habitual que haya conflictos a veces graves. No tuve la oportunidad de vivir este cambio, en mi época ni soñar que una mujer pudiera ser maquinista naval o capitán, la innovación se debe principalmente a la oferta y demanda laboral, aunque pocas son las jóvenes que ven atractivo ser marino mercante, por lo que expliqué anteriormente y además es raro la mujer que llega a las jefaturas, en general abandona la profesión, por matrimonio, por seguir otras carreras u otras causas. Aunque la paga sigue siendo interesante, ha perdido el halo romántico y el interés de antaño. Es un problema reclutar tripulantes cualificados aún para los armadores de países con tradición marítima.

Surcábamos la inmensa masa líquida del océano Atlántico, avanzando rumbo a nuestro destino, nuestra patria, los sentimientos se cruzaban. Los regresos cargados de ansiedad latente y a flor de piel, querer llegar pronto para encontrarse con la familia y estar junto a los afectos, a medida que se avanza en el camino líquido, íbamos captando las emisiones radiales primero europeas, después el idioma francés de las ex colonias africanas, luego ya cercanos a casa, en portugués de nuestra hermana Brasil, por último en español de Uruguay y después finalmente las nuestras de Buenos Aires. Pero como todo bulk-carrier que regresa con plena carga, hay que esperar altura del nivel de agua por el calado del buque,y las mareas apropiadas se hacen desear, son las veleidades del estuario, que haya profundidad para navegar por el canal Mitre y luego por el río Paraná hasta San Nicolás,  nuestro puerto de arribada, así que tuvimos que esperar, felizmente poco esta vez, en 48 horas había subido el nivel de las aguas y ya teníamos al práctico a bordo, en seguida  estamos navegando rumbo a nuestro fin de viaje, una vez amarrados al muelle de la siderúrgica, comienza inmediatamente la descarga del carbón destinado a los altos hornos. Los que continuaremos en el próximo viaje, ya tenemos los relevos que harán las guardias de puerto, y fiscalizarán la descarga para que nosotros podamos viajar a casa. Lo hicimos hacia Capital Federal, en la empresa Chevalier. Con la ansiedad pintada en el rostro y prácticamente sin hablar durante el viaje, uno se va haciendo la película en como encontrará la familia y con el sentimiento un poco paranoico de cosas que a lo mejor nos ocultaron durante la travesía para no preocuparnos. Con María habíamos hecho un pacto de contarnos siempre todo lo que nos sucediera, sea bueno o no tanto y que respetamos en todo momento. Llegado a Constitución tomé enseguida un Micro Mar a Mar del Plata; llegué a la mañana temprano de pleno mes de julio, una vez en casa nos fundimos en un entrañable abrazo con María, Matías dormía así que lo despertamos y esta vez para mi felicidad no me desconoció, ese mismo día salimos al centro con él que estrenaba abrigo nuevo que le había traído de Polonia, tan súper abrigado iba con esta camperita que caminaba duro y a veces se caía (tenía un año y 5 meses) y yo inmensamente feliz de tenerlo conmigo, acariciarlo, sentirlo y escuchar su vocecita me contaba y preguntaba todo. Esa semana en tierra el tiempo no me alcanzaba para todo lo que quería hacer, solo las cosas elementales, visitar algunos parientes y amigos, verificar y programar lo que se haría en la continuación de la construcción de nuestra casa, mientras la panza de María estaba creciendo en forma notable. Yo no la vería en su estado más avanzado de los próximos meses en razón de mi trabajo.

Héctor Edgardo Scaglione

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