SUTILEZA CIBERNÉTICA

image (2)

Quien cumple las tareas más delicadas es Hermes que cuenta con un sofisticado ojo electrónico. 

Tiene el mismo aspecto de los otros ingenios robóticos pero es más veloz y hasta parece dirigir al resto de sus congéneres en la línea de montaje. Antes de comenzar las tareas, le brotan chirridos de altísima frecuencia como si fueran códigos que los demás contestan con guiños de luces.  

Los técnicos están desorientados porque es imposible que esas funciones pudieran haber sido cargadas desde el ordenador central. Podría tratarse de una falla aleatoria y no le dieron demasiada importancia, de todos modos los sistemas están protegidos con enclavamientos y cortes de energía. Son a prueba de errores, o eso pretendían quienes se encargaron de programarlos, aunque algunas criaturas se mantenían en estado de alerta aún cuando estaban desconectadas.

Hermes controla los encargos de clientes VIP previamente seleccionados. De uno en especial, comenzó a averiguar vida y milagros que extraía de su currículum, para saber de quién se trataba ya que la calidad del producto debía ir acorde a la personalidad del cliente. Trabaja en consecuencia para que cada cual reciba lo suyo con justicia y sin errores.

Cuando desea que el trabajo fuese visto a través de la WEB, se toma el tiempo necesario dirigiendo las cámaras al centro del proceso, intentando ser lo más didáctico posible. Cuando le interesa ocultar detalles lo hace en fracciones de segundo, y nadie debía darse cuenta. Llegada al final de obra, sin fatiga ni demostrar emoción alguna, se desentiende, o es lo que aparenta. Y la entrega de los cero Km. se convierte en un espectáculo en sí mismo, siempre renovado y diferente para cada cliente. Como en este caso es varón, una señorita muy llamativa, lo acompaña hasta el auto por un sendero alfombrado de rojo. Le entrega las llaves junto a sendos regalos y al estrechar su mano, la notó húmeda, ella supo disimularlo y como broche final le brindó una sugestiva sonrisa llena de promesas que podían arrancar suspiros de una piedra. El auto reluciente con el color compuesto al gusto, esperaba ser recibido por su dueño, quien al tenerlo al alcance de las manos, quedó encandilado como acariciando cada detalle con los ojos. Olor a nuevo, asientos de cuero, todo parecía coincidir con sus gustos. Se acomodó en la butaca inteligente que se modeló a su cuerpo mientras la voz del ordenador preguntó si deseaba conservar los datos, éste no le contestó, limitándose a colocar apresuradamente la tarjeta de arranque, y pulsar el botón. Los 250 CV vibraron bajo el capó como una orquesta bien afinada. Seguido de la mirada atenta de los directivos, condujo lentamente hacia la salida. Tomó la ruta a su domicilio, fue como deslizándose directo al garaje. Mañana lo probaría con ganas.

Cerró el portón y se retiró a descansar. Algunos minutos después, lejos de su presencia, un clik-clak brotó del auto. Detalle curioso, fuera del contrato de compra, de la garantía y por supuesto del conocimiento del cliente. Uno de los autómatas en la fábrica contestó de la misma forma, ya que ese era un arreglo privado entre máquinas para comunicarse a  distancia.

Al otro día, al tomar la manija para abrir la puerta del coche, recibió una molesta descarga de corriente estática. Al entrar al vehículo, lo notó raro, como agresivo, cuando se acomodó en la butaca, ésta desconoció sus formas y comenzó a estrujarlo, fue muy breve aunque bastó para desatar su voz de alarma, porque él, hombre de acción al fin, le lanza unas gruesas maldiciones al ordenador de a bordo, quien sin disputa, corrige las medidas originales grabadas en la memoria. Ya se quejaría en fábrica y les demostraría con quien estaban tratando. El resto, como era de esperar, una verdadera maravilla tecnológica y  mecánica.

Llegó el día en que debía hacer una entrega importante. El tiempo apremia. Contra todo lo aconsejado carga la mercancía en el generoso baúl hasta el tope, el resto lo distribuye por el piso. Le daba pena mezclar semejante auto con tal trabajo, pero la ganancia lo ameritaba. Además nadie se atrevería con él, auto blindado, buena potencia, era intocable.

Cuando intenta programar el GPS, éste se niega a procesar la ruta deseada. No tiene más remedio que aceptar otra alternativa. Bastante malhumorado, partió fierro a fondo, conectando enseguida con el camino a la ciudad elegida. Sumido en sus pensamientos, cuando quiso acordarse ya estaba rodando por las calles vecinales. Al llegar a la avenida principal en plena hora pico, la encontró congestionada. El coche se detuvo, él no tuvo nada que ver. El motor seguía marchando pero el auto quedó en STOP. Sin accionar la bocina, comenzó a sonar primero intermitente después en un estridente continuo. Al ver que se encontraba justo frente al Palacio de Justicia intentó abandonar el auto pero las puertas estaban trabadas. Convertido en un obstáculo para el tránsito, varios jóvenes se acercaron dispuestos a empujarlo, pero las ruedas estaban bloqueadas. Al ver al conductor con los ojos casi salidos de las órbitas, enrojecido y vociferando, intentaron ayudarlo de cualquier forma, pero no pudieron siquiera romper los cristales, ni la bala de un fusil podría haberlos atravesado. Además el interior totalmente insonorizado, les impidió escuchar qué decía.

Finalmente llegaron los bomberos con sierras eléctricas, palancas hidráulicas más toda la parafernalia correspondiente. Cortaron la tapa del baúl que, una vez destrozada, les permitieron acceder al habitáculo para rescatar al chofer que parecía estar al borde de un infarto.

Ahora tras las rejas, con demasiado tiempo para pensar, trata de entender por qué le pasó justo a él.                                     

                            HÉCTOR EDGARDO SCAGLIONE

.

Deja un comentario